Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, II



Comentario

De la gran sed que hubo en este camino y del peligro en que nos vimos en Suchimilco con muchas batallas y reencuentros que con los mexicanos y con los naturales de aquella ciudad tuvimos, y de otros muchos reencuentros de guerras que hasta volver a Tezcuco pasamos


Pues como caminamos para Suchimilco, que es una gran ciudad, y en toda la más della están fundadas las casas en la laguna de agua dulce, y estará de México obra de dos leguas y media; pues yendo por nuestro camino con gran concierto y ordenanza, como lo teníamos de costumbre, fuimos por unos pinares, y no había agua en todo el camino; y como íbamos con nuestras armas a cuestas y era ya tarde y hacía gran sol, aquejábanos mucho la sed, y no sabíamos si había agua adelante, y habíamos andado ciertas leguas, ni tampoco teníamos certeza qué tanto estaba de allí un pozo que nos decían que había en el camino; y como Cortés así vio todo nuestro ejército cansado, y los amigos tlascaltecas se desmayaron y se murió uno de sed, y un soldado de los nuestros que era viejo y estaba doliente, me parece que también se murió de sed, acordó Cortés de parar a la sombra de unos pinares, y mandó a seis de a caballo que fuesen adelante, camino de Suchimilco, e que viesen que tanto allí había población o estancias, o el pozo que tuvimos noticias que estaba cerca, para ir a dormir a él; y cuando fueron los de a caballo, que era Cristóbal de Olí y un Valdenebro y Pedro González de Trujillo, y otros muy esforzados varones, acordé yo de apartar en parte que no me viese Cortés ni los de a caballo, y llevé tres naborías míos tlascaltecas, bien esforzados e sueltos indios, y fui tras ellos hasta que me vieron ir, y me aguardaron para me hacer volver, no hubiese algún rebato de guerreros mexicanos donde no me pudiese valer, e yo todavía porfiaba a ir con ellos; y el Cristóbal de Olí, como era yo su amigo, me dijo que fuese y que aparejase los puños a pelear con las manos y los pies a ponerme en salvo; y era tanta la sed que tenía, que aventuraba mi vida por me hartar de agua; y pasando obra de media legua adelante, había muchas estancias y caserías de los de Suchimilco en unas laderas de unas sierrezuelas; entonces los de a caballo que he dicho se apartaron para buscar agua en las casas, y la hallaron y se hartaron della, y uno de mis tlascaltecas me sacó de una casa un gran cántaro de agua, que así los hay grandes cántaros en aquella tierra, de que me harté yo y ellos; y entonces acordé desde allí de me volver donde estaba Cortés reposando, porque los moradores de aquellas estancias ya comenzaban a se apellidar y nos daban grita, y traje el cántaro lleno de agua con los tlascaltecas, y hallé a Cortés que ya comenzaba a caminar con todo su ejército; y como le dije que había agua en unas estancias muy cerca de allí y que había bebido y que traía agua en el cántaro, la cual traían los tlascaltecas muy escondida porque no me la tomasen, porque "a la sed no hay ley"; de la cual bebió Cortés y otros caballeros, y se holgó mucho, y todos se alegraron y se dieron priesa a caminar, y llegamos a las estancias antes de se poner el sol, y por las casas hallaron agua, aunque no mucha, y con la sed que traían algunos soldados, comían unos como cardos, y a algunos se les dañaron las bocas y lenguas; y en este instante vinieron los de a caballo e dijeron que: el pozo que estaba lejos, y que ya estaba toda la tierra apellidando guerra, e que era bien dormir allí; y luego pusieron velas y espías corredores del campo, e yo fui uno de los que pusieran por velas, y paréceme que llovió aquella noche un poco o que hizo mucho viento; y otro día muy de mañana comenzamos a caminar, e obra de las ocho llegamos a Suchimilco. Saber yo ahora decir la multitud de guerreros que nos estaban esperando, unos por tierra e otros en un paso de una puente que tenían quebrada, e los muchos mamparos y albarradas que tenían hecho en ellas, e las lanzas que traían hechas, como dalles, de las espadas que hubieron cuando la gran matanza que hicieron de los nuestros en lo de las puentes de México, y otros muchos indios capitanes que todos traían espadas de las nuestras muy relucientes; pues flecheros y varas de a dos gajos, y piedra con hondas, y espadas de a dos manos como contantes, hechas de a dos manos de navajas. Digo que estaba toda la tierra firme y al pasar de aquella puente estuvieron peleando con nosotros cerca de media hora, que no les podíamos entrar, que ni bastaban ballestas ni escopetas ni grandes arremetidas que hacíamos, y lo peor de todo era que ya venían otros escuadrones dellos por las espaldas dándonos guerra; y cuando aquello vimos, rompimos por el agua y puente medio nadando, y otros a vuelapié, y allí hubo algunos de nuestros soldados que bebieron tanta agua por fuerza, que se les hincharon las barrigas dello. Y volvamos a nuestra batalla: que al pasar de la puente hirieron a muchos de los nuestros e mataron dos soldados y luego les llevamos a buenas cuchilladas por unas calles donde había tierra firme adelante, y los de a caballo, juntamente con Cortés, salen por otras partes a tierra firme adonde toparon sobre más de diez mil indios, todos mexicanos, que venían de refresco para ayudar a los de aquel pueblo; y peleaban de tal manera con los nuestros, que les aguardaban con las lanzas a los de a caballo, e hirieron a cuatro dellos; y Cortés, que se halló en aquella gran priesa, y el caballo en que iba, que era muy bueno castaño oscuro, que le llamaban el Romo, o de muy gordo, o de cansado, como estaba holgado, desmayó el caballo y los contrarios mexicanos, como eran muchos, echaron mano a Cortés y le derribaron del caballo; otros dijeron que por fuerza le derrocaron; ahora sea por lo uno o por lo otro, en aquel instante llegaron muchos más guerreros mexicanos para si pudieran apañarle vivo a Cortés; y como aquello vieron unos tlascaltecas y un soldado muy esforzado, que se decía Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja, de tierra de Medina del Campo, de presto llegaron, y a buenas cuchilladas y estocadas hicieron lugar, y tornó Cortés a cabalgar, aunque bien herido en la cabeza, y quedó el Olea muy malamente herido de tres cuchilladas; y en aquel tiempo acudimos todos los más soldados que más cerca dél nos hallamos; porque en aquella sazón, como en aquella ciudad había en cada calle muchos escuadrones de guerreros y por fuerza habíamos de seguir las banderas, no podíamos estar todos juntos, sino pelear unos a unas partes y otros a otras, como nos fue mandado por Cortés; mas bien entendimos que donde andaba Cortés y los de a caballo que había mucho que hacer, por las muchas gritas y voces y alaridos que oíamos. Y en fin de más razones, puesto que había adonde andábamos muchos guerreros, fuimos con gran riesgo de nuestras personas adonde estaba Cortés, que ya se le habían juntado hasta quince de a caballo y estaban peleando con los enemigos junto a unas acequias, adonde se amparaban y había albarradas; y como llegamos, les pusimos en huida, aunque no del todo volvían las espaldas; y porque el soldado Olea que acudió a nuestro Cortés estaba muy mal herido de tres cuchilladas y se desangraba, y las calles de aquella ciudad estaban llenas de guerreros, dijimos a Cortés que se volviese a unos mamparos y se curase el Cortés y el Olea; y así, volvimos, y no muy sin zozobra de vara y piedra y flecha, que nos tiraban de muchas partes donde tenían mamparos y albarradas, creyendo los mexicanos que volvíamos retrayéndonos, e nos seguían con gran furia; y en este instante viene Pedro de Alvarado e Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí y todos los mas de a caballo que fueron con ellos a otras partes, el Olí corriendo sangre de la cara y el Pedro de Alvarado herido, y el caballo y todos los demás cada cual con su herida, y dijeron que habían peleado con tanto mexicano en el campo, que no se podían valer; y porque cuando pasamos la puente que dicho tengo, parece ser Cortés los repartió que la mitad de a caballo fuesen por una parte y la otra mitad por otra; y así, fueron siguiendo tras unos escuadrones, y la otra mitad tras los otros. Pues ya que estábamos curando los heridos con quemarles con aceite e apretarles con mantas, suenan tantas voces y trompetillas e caracoles por unas calles en tierra firme, y por ellas vienen tantos mexicanos a un patio donde estábamos curando los heridos, e tírannos tanta vara y piedra, que hirieron de repente a muchos soldados; mas no les fue muy bien en aquella cabalgada, que presto arremetimos con ellos, y a buenas cuchilladas y estocadas quedaron hartos dellos tendidos. Pues los de a caballo no tardaron en salirles al encuentro, que mataron muchos; puesto que entonces hirieron dos caballos e mataron un soldado, de aquella vez los echamos de aquel sitio; y cuando Cortés vio que no había más contrarios, nos fuimos a reposar a otro grande patio, adonde estaban los grandes adoratorios de aquella ciudad, y muchos de nuestros soldados subieron en el cu más alto, adonde tenían sus ídolos, y desde allí vieron la gran ciudad de México y toda la laguna, porque bien se señoreaba todo; y vieron venir sobre dos mil canoas que venían de México llenas de guerreros, y venían derechos adonde estábamos; porque, según otro día supimos, el señor de México, que se decía Guatemuz, les enviaba para que aquella noche o día diesen en nosotros; y juntamente envió por tierra sobre otros diez mil guerreros para que, unos por una parte y otros por otra, tuviesen manera que no saliésemos de aquella ciudad con las vidas ninguno de nosotros. También había apercibido otros diez mil hombres para les enviar de refresco cuando estuviesen dándonos guerra, y esto se supo otro día de cinco capitanes mexicanos que en las batallas prendimos; y mejor lo ordenó nuestro señor Jesucristo; porque así como vino aquella gran flota de canoas, luego se entendió que venían contra nosotros y acordóse que hubiese muy buena vela en todo nuestro real, repartido a los puertos y acequias por donde habían de venir a desembarcar, y los de a caballo muy a punto toda la noche, ensillados y enfrenados, aguardando en la calzada y tierra firme, y todos los capitanes, y Cortés con ellos, haciendo vela y ronda toda la noche, a mí e a otros diez soldados nos pusieron por velas sobre unas paredes de cal y canto, y tuvimos muchas piedras e ballestas y escopetas y lanzas grandes adonde estábamos, para que si por allí, en unas acequias que era desembarcadero, llegasen canoas, que los resistiésemos e hiciésemos volver, e a otros soldados pusieron en guarda en otras acequias. Pues estando velando yo y mis compañeros, sentimos el rumor de muchas canoas que venían a remo callado a desembarcar a aquel puesto donde estábamos, y a buenas pedradas y con las lanzas les resistimos, que no osaron desembarcar, y a uno de nuestros compañeros enviamos que fuese a dar aviso a Cortés; y estando en esto, volvieron otra vez muchas canoas cargadas de guerreros, y nos comenzaron a tirar mucha vara y piedra y flecha, y los tornamos a resistir, y entonces descalabraron a dos de nuestros soldados; y como era de noche y muy oscuro, se fueron a juntar las canoas con sus capitanes de la flota de canoas, y todas juntas fueron a desembarcar a otro portezuelo o acequias hondas; y como no son acostumbrados a pelear de noche, se juntaron todos con los escuadrones que Guatemuz enviaba por tierra, que eran ya dellos más de quince mil indios. También quiero decir, y esto no por me jactanciar, que como nuestro compañero fue a dar aviso a Cortés cómo habían llegado allí en el puerto donde velábamos muchas canoas de guerreros, según dicho tengo, luego vino a hablar con nosotros el mismo Cortés, acompañado de diez de a caballo, y cuando llegó cerca sin nos hablar, dimos voces yo y un Gonzalo Sánchez, que era del Algarbe portugués, y dijimos: "¿Quién viene ahí? ¿No podéis hablar?" Y le tiramos tres o cuatro pedradas; y como me conoció Cortés en la voz a mí y a mi compañero, dijo Cortés al tesorero Julián de Alderete y a fray Pedro Melgarejo y al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí, que le acompañaban a rondar: "No es menester poner aquí más recaudo, que dos hombres están aquí puestos entre los que velan, que son de los que pasaron conmigo de los primeros, que bien podemos fiar dellos esta vela, y aunque sea otra cosa de mayor afrenta"; y desque nos hablaron, dijo Cortés que mirásemos el peligro en que estábamos; se fueron a requerir a otros puestos, y cuando no me cato, sin más nos hablar, oímos cómo traían a un soldado azotando por la vela, y era de los de Narváez. Pues otra cosa quiero traer a la memoria, y es, que ya nuestros escopeteros no tenían pólvora ni los ballesteros saetas; que el día antes se dieron tal priesa, que lo habían gastado; y aquella misma noche mandó Cortés a todos los ballesteros que alistasen todas las saetas que tuviesen y las emplumasen y pusiesen sus casquillos, porque siempre traíamos en las entradas muchas cargas de almacén de saetas, y sobre cinco cargas de casquillos hechos de cobre, y todo aparejo para donde quiera que llegásemos tener saetas; y toda la noche estuvieron emplumando y poniendo casquillos todos los ballesteros, y Pedro Barba, que era su capitán, no se quitaba de encima de la obra, y Cortés, que de cuando en cuando acudía. Dejemos esto, y digamos ya que fue de día claro cuál nos vinieron a cercar todos los escuadrones mexicanos en el patio donde estábamos; y como nunca nos cogían descuidados, los de a caballo por una parte, como era tierra firme, y nosotros por otra, y nuestros amigos los tlascaltecas, que nos ayudaban, rompimos por ellos y se mataron y hirieron tres de sus capitanes, sin otros muchos que luego otro día se murieron; y nuestros amigos hicieron buena presa, y se prendieron cinco principales, de los cuales supimos los escuadrones que Guatemuz había enviado; y en aquella batalla quedaron muchos de nuestros soldados heridos, e uno murió luego. Pues no se acabó en esta refriega; que yendo los de a caballo siguiendo el alcance, se encuentran con los diez mil guerreros que el Guatemuz enviaba en ayuda e socorro de refresco de los que de antes había enviado, y los capitanes mexicanos que con ellos venían traían espadas de las nuestras, haciendo muchas muestras con ellas de esforzados, y decían que con nuestras armas nos habían de matar; y cuando los nuestros de a caballo se hallaron cerca dellos, como eran pocos, y eran muchos escuadrones, temieron; e a esta causa se pusieron en parte para no se encontrar luego con ellos hasta que Cortés y todos nosotros fuésemos en su ayuda; e como lo supimos, en aquel instante cabalgaban todos los de a caballo que quedaban en el real, aunque estaban heridos ellos y sus caballos, y salimos todos los soldados y ballesteros, y con nuestros amigos los tlascaltecas, y arremetimos de manera, que rompimos y tuvimos lugar de nos juntar con ellos pie con pie, y a buenas estocadas y cuchilladas se fueron con la mala ventura, y nos dejaron de aquella vez el campo. Dejemos esto, y tornaremos a decir que allí se prendieron otros principales, y se supo dellos que tenía Guatemuz ordenado de enviar otra gran flota de canoas y muchos más guerreros por tierra; y dijo a sus guerreros que cuando estuviésemos cansados, y muchos heridos y muertos de los reencuentros pasados, que estaríamos descuidados con pensar que no enviaría más escuadrones contra nosotros, e que con los muchos que entonces enviaría nos podría desbaratar; y como aquello se supo, si muy apercibidos estábamos de antes, mucho más lo estuvimos entonces, y fue acordado que para otro día saliésemos de aquella ciudad y no aguardásemos más batallas; y aquel día se nos fue en curar heridos y en adobar armas y hacer saetas; y estando de aquella manera, pareció ser que, como en aquella ciudad eran ricos y tenían unas casas muy grandes llenas de mantas y ropa y camisas de mujeres de algodón, y había en ella oro y otras muchas cosas y plumajes, alcanzáronlo saber los tlascaltecas y ciertos soldados en qué parte paraje estaban las casas, y se las fueron a mostrar unos prisioneros de Suchimilco, y estaban en la laguna dulce y podían pasar a ellas por una calzada, puesto que había dos o tres puentes chicas en la calzada, que pasaban a ellas de unas acequias hondas a otras; y como nuestros soldados fueron a las casas y las hallaron llenas de ropa, y no había guarda, cárganse ellos y muchos tlascaltecas de ropa y otras cosas de oro, y se vienen con ello al real; y como lo vieron otros soldados, van a las mismas casas, y estando dentro sacando ropa de unas cajas muy grandes de madera, vino en aquel instante una gran flota de canoas de guerreros de México y dan sobre ellos e hirieron muchos soldados, y apañan a cuatro soldados vivos e los llevaron a México, e los demás se escaparon de buena; y llamábanse los que llevaron Juan de Lara, y el otro Alonso Hernández, y de los demás no me acuerdo sus nombres, mas sé que eran de la capitanía de Andrés de Monjaraz. Pues como le llevaron a Guatemuz estos cuatro soldados, alcanzó a saber cómo éramos muy pocos los que veníamos con Cortés y que muchos estaban heridos, y tanto como quiso saber de nuestro viaje, tanto supo; y como fue bien informado, manda cortar pies y brazos a los tristes nuestros compañeros, y los envía por muchos pueblos nuestros amigos de los que nos habían venido de paz, y les envía a decir que antes que volvamos a Tezcuco piensa no quedará ninguno de nosotros a vida; y con los corazones y sangre hizo sacrificio a sus ídolos. Dejemos esto, y digamos cómo luego tornó a enviar muchas flotas de canoas llenas de guerreros, y otras capitanías por tierra, y les mandó que procurasen que no saliésemos de Suchimilco con las vidas. Y porque ya estoy harto de escribir de los muchos reencuentros y batallas que en estos cuatro días tuvimos con mexicanos, e no puedo dejar otra vez de hablar en ellas, digo que cuando amaneció vinieron desta vez tantos culúas mexicanos por los esteros, y otros por las calzadas y tierra firme, que tuvimos harto que romper en ellos; y luego nos salimos de aquella ciudad a una larga plaza que estaba algo apartada del pueblo, donde solían hacer sus mercados; y allí, puestos con todo nuestro fardaje para caminar, Cortés comenzó a hacer un parlamento acerca del peligro en que estábamos, porque sabíamos cierto que en los caminos e pasos malos nos estaba aguardando todo el poder de México y otros muchos guerreros puestos en esteros y acequias; e nos dijo que sería bien, e así nos lo mandaba de hecho, que fuésemos desembarazados y dejásemos el fardaje e hato, porque no nos estorbase para el tiempo de pelear. Y cuando aquello le oímos, todos a una le respondimos que, mediante Dios, que hombres éramos para defender nuestra hacienda y personas e la suya, y que sería gran poquedad si tal hiciésemos; y desque vio nuestra voluntad y respuesta, dijo que a la mano de Dios lo encomendaba; y luego se puso en concierto cómo habíamos de ir, el fardaje y los heridos en medio, y los de a caballo repartidos, la mitad dellos delante y la otra mitad en la retaguardia, y los ballesteros también con todos nuestros amigos, e allí poníamos más recaudo, porque siempre los mexicanos tenían por costumbre que daban en el fardaje; de los escopeteros no nos aprovechábamos, porque no tenían pólvora ninguna; y desta manera comenzamos a caminar. Y cuando los escuadrones mexicanos que había enviado Guatemuz aquel día vieron que nos íbamos retrayendo de Suchimilco creyeron que de miedo no los osábamos esperar, como ello fue verdad, y salen de repente tantos dellos y se vienen derechos a nosotros, e hirieron ocho soldados, e dos murieron de ahí a ocho días, e quisieron romper y desbaratar por el fardaje; mas, como íbamos con el concierto que he dicho, no tuvieron lugar, y en todo el camino hasta que llegamos a un gran pueblo que se dice Cuyoacoan, que está obra de dos leguas de Suchimilco, nunca nos faltaron rebatos de guerreros que nos salían en partes que no nos podíamos aprovechar dellos, y ellos sí de nosotros, de mucha vara y piedra y flecha; y como tenían cerca los esteros y zanjas, poníanse en salvo. Pues llegados a Cuyoacoan a obra de las diez del día, hallámosla despoblada. Quiero ahora decir que están muchas ciudades las unas de las otras, cerca de la gran ciudad de México, obra de dos leguas, porque Suchimilco y Cuyoacoan y Huichilobusco e Iztapalapa y Coadlabaca y Mezquique, y otros tres o cuatro pueblos que están a legua y media o a dos leguas los unos de los otros, y de todos ellos se habían juntado allí en Suchimilco muchos indios guerreros contra nosotros. Pues volvamos a decir que como llegamos a aquel gran pueblo y estaba despoblado, y está en tierra llana, acordamos de reposar aquel día que llegamos e otro, porque se curasen los heridos y hacer saetas: porque bien entendido teníamos que habíamos de haber más batallas antes de volver a nuestro real, que era Tezcuco; e otro día muy de mañana comenzamos a caminar, con el mismo concierto que solíamos llevar, camino de Tacuba, que está de donde salimos obra de dos leguas, y en el camino salieron en tres partes muchos escuadrones de guerreros, y todas tres resistimos, y los de a caballo los seguían por tierra llana hasta que se acogían a los esteros e acequias; e yendo por nuestro camino de la manera que he dicho, apartóse Cortés con diez de a caballo a echar una celada a los mexicanos que salían de aquellos esteros y salían a dar guerra a los nuestros, y llevó consigo cuatro mozos de espuelas, y los mexicanos hacían que iban huyendo, y Cortés con los de a caballo y sus criados siguiéndoles; y cuando miró por sí, estaba una gran capitanía de contrarios puestos en celada, y dan en Cortés y los de a caballo, que les hirieron los caballos, y si no dieran vuelta de presto, allí quedaran muertos o presos. Por manera que apañaron los mexicanos dos de los soldados mozos de espuelas de Cortés, de los cuatro que llevaba, y vivos los llevaron a Guatemuz e los sacrificaron. Dejemos de hablar deste desmán por causa de Cortés, y digamos como habíamos ya llegado a Tacuba con nuestras banderas tendidas, con todo nuestro ejército y fardaje, y todos los más de a caballo habían llegado, y también Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí; y Cortés no venía con los diez de a caballo que llevó en su compañía, tuvimos mala sospecha no les hubiese acaecido algún desmán. Y luego fuimos con Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí e Andrés de Tapia en su busca, con otros de a caballo, hacia los esteros donde le vimos apartar, y en aquel instante vinieron los otros dos mozos de espuelas que habían ido con Cortés, que se escaparon, e se decía el uno Monroy y el otro Tomás de Rijoles, y dijeron que ellos por ser ligeros escaparon, e que Cortés y los demás se vienen poco a poco porque traen los caballos heridos; y estando en esto viene Cortés, con el cual nos alegramos, puesto que él venía muy triste y como lloroso; llamábanse los mozos de espuelas que llevaron a México a sacrificar, el uno Francisco Martín "vendabal" y este nombre de Vendabal se le puso por ser algo loco, y el otro se decía Pedro Gallego. Pues como allí llegó Cortés a Tacuba, llovía mucho, y reparamos cerca de dos horas en unos grandes patios; y Cortés con otros capitanes y el tesorero Alderete, que venía ya malo, y el fraile Melgarejo y otros muchos soldados subimos en el gran cu de aquel pueblo, que desde él se señoreaba muy bien la ciudad de México, que está muy cerca, y toda la laguna y las más ciudades que están en el agua pobladas; y cuando el fraile y el tesorero Alderete vieron tantas ciudades y tan grandes, y todas asentadas en el agua, estaban admirados. Pues cuando vieron la gran ciudad de México y la laguna y tanta multitud de canoas, que unas iban cargadas con bastimentos y otras iban a pescar y otras baldías, mucho más se espantaron, porque no las habían visto hasta en aquella sazón; y dijeron que nuestra venida en esta Nueva-España que no eran cosas de hombres humanos, sino que la gran misericordia de Dios era quien nos sostenía; e que otras veces han dicho que no se acuerdan haber leído en ninguna escritura que hayan hecho ningunos vasallos tan grandes servicios a su rey como son los nuestros, e que ahora lo dicen muy mejor, y que dello harían relación a su majestad. Dejemos de otras muchas pláticas que allí pasaron, y cómo consolaba el fraile a Cortés por la pérdida de sus mozos de espuelas, que estaba muy triste por ellos; y digamos cómo Cortés y todos nosotros estábamos mirando desde Tacuba el gran cu del ídolo Huichilobos y el Tatelulco y los aposentos donde solíamos estar, y mirábamos toda la ciudad, y las puentes y calzada por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que antes traía, por los hombres que le mataron antes que en el alto cu subiese; y desde entonces dijeron un cantar o romance:

En Tacuba está Cortés

Con su escuadrón esforzado,

Triste estaba y muy penoso,

Triste y con gran cuidado,

La una mano en la mejilla,

Y la otra en el costado, etc.

Acuérdome que entonces le dijo un soldado que se decía el bachiller Alonso Pérez, que después de ganada la Nueva-España fue fiscal e vecino en México: "Señor capitán, no esté vuestra merced tan triste; que en las guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuestra merced:

Mira Nero, de Tarpeya,

A Roma cómo se ardía."

Y Cortés le dijo que ya veía cuántas veces había enviado a México a rogarles con la paz, y que la tristeza no la tenia por una sola cosa, sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habíamos de ver hasta tornarla a señorear, y que con la ayuda de Dios presto lo pondríamos por la obra. Dejemos estas pláticas y romances, pues no estábamos en tiempo dellos, y digamos cómo se tomó parecer entre nuestros capitanes y soldados si daríamos una vista a la calzada, pues estaba tan cerca de Tacuba, donde estábamos; y como no había pólvora ni muchas saetas, y todos los más soldados de nuestro ejército heridos, acordándosenos que otra vez, poco más había de un mes, que Cortés les probó a entrar en la calzada con muchos soldados que llevaba, y estuvo en gran peligro, porque temió ser desbaratado, como dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla; y fue acordado que luego nos fuésemos nuestro camino, por temor no tuviésemos en ese día o en la noche alguna refriega con los mexicanos; porque Tacuba está muy cerca de la gran ciudad de México, y con la llevada que entonces llevaron vivos de los soldados no enviase Guatemuz sus grandes poderes contra nosotros; y comenzamos a caminar, y pasamos por Escapuzalco y hallámosle despoblado, y luego fuimos a Tenayuca, que era gran pueblo "de las Sierpes". Ya he dicho otra vez, en el capítulo que dello habla, que tenían tres sierpes en el adoratorio mayor en que adoraban, y las tenían por sus ídolos, y también estaban despoblados; y desde allí fuimos a Gualtitlán, y en todo este día no dejó de llover muy grandes aguaceros, y como íbamos con nuestras armas a cuestas, que jamás las quitábamos de día ni de noche, y con la mucha agua y del peso dellas íbamos quebrantados, y llegamos ya que anochecía a aquel gran pueblo, y también estaba despoblado, y en toda la noche no dejó de llover, y había grandes Iodos, y los naturales dél y otros escuadrones mexicanos nos daban tanta grita de noche desde unas acequias y partes que no les podíamos hacer mal; y como hacía muy oscuro y llovía, no se podían poner velas ni rondas, y no hubo concierto ninguno ni acertábamos con los puestos; y esto digo porque a mí me pusieron para velar la prima, y jamás acudió a mi puesto ni cuadrillero ni rondas, y así se hizo en todo el real. Dejemos deste descuido, y tornemos a decir que otro día fuimos camino de otra gran población, que no me acuerdo el nombre, y había grandes Iodos en él, y hallámosla despoblada; y otro día pasamos por otros pueblos y también estaban despoblados; y otro día llegamos a un pueblo que se dice Aculman, sujeto de Tezcuco; y como supieron en Tezcuco cómo íbamos, salieron a recibir a Cortés buen recibimiento, así de los nuestros como de los recién venidos de Castilla, y mucho más de los naturales de los pueblos comarcales; pues trajeron de comer, y luego esa noche se volvió Sandoval a Tezcuco con todos sus soldados a poner en cobro su real. Y otro día por la mañana fue Cortés con todos nosotros camino de Tezcuco; y como íbamos cansados y heridos, y dejábamos muertos nuestros soldados y compañeros, y sacrificados en poder de los mexicanos, en lugar de descansar y curar nuestras heridas, tenían ordenada una conjuración ciertas personas de calidad, de la parcialidad de Narváez, de matar a Cortés y a Gonzalo de Sandoval e a Pedro de Alvarado e Andrés de Tapia. Y lo que más pasó diré adelante.